Gigante y cabezuda
De pequeños, en el cole, nos enseñaban que la gente tiene un carácter concreto y sobre todo colectivo en función de dónde haya nacido. Según eso, los catalanes son ahorrativos. Los madrileños, chuletas. Los vascos, más bien brutos. Los andaluces, alegres y poco dados al trabajo. Etcétera, todo así. Esta solemne estupidez –en todas partes hay gente de todos los tipos– viene de muy lejos, y trataba de convencernos de que los aragoneses, por ejemplo, son tenaces. Obstinados. Diríase cabezotas.
Eso no es verdad y nunca lo fue, pero es que a veces aparece alguien que no solo corrobora la tópica leyenda sino que la hace grande. En este caso, inmensa. Yo no he visto en mi vida un caso de tenacidad, de obstinación y de voluntad de hierro como el de la aragonesa Teresa Perales.
Una muchacha que le tenía miedo al agua cuando era niña; había que obligarla a meterse en la piscina. Una cría que perdió a su padre a los quince años y que, a los 19, cuando ya tenía noviecito y todo, sintió un fuerte dolor en los pies: los médicos le dijeron que, a causa de su neuropatía, jamás podría volver a caminar y la sentaron en una silla de ruedas. Al noviecito le daba vergüenza ir con ella por la calle, así que la chica lo mandó, como ella misma dice, «a freír espárragos».
Un día se dio cuenta de que el agua no solo ya no le daba miedo sino que le permitía moverse casi con la agilidad de antes. Algo parecido a la ingravidez. Un entrenador le dijo: «Podrías competir en natación». Pero todos los demás le dijeron: «Pero dónde vas, hija, dónde vas. Eso es imposible. Cómo vas tú a nadar si no puedes mover las piernas».
Y ahí salió la aragonesa de manual. No hay manera más sencilla de conseguir que Teresa Perales haga algo, lo que sea, que decirle que no lo puede hacer porque es imposible. Terca como una mula, se lanzó a la piscina (tenía 19 años) y hoy, cuando ya va a cumplir 49, acaba de ganar su 28ª medalla olímpica. Han leído bien: 28 medallas en siete Juegos Paralímpicos consecutivos, desde Sídney a estos de París. Ha igualado el récord del mejor nadador de la historia, Michael Phelps. Y además, 37 medallas en campeonatos de Europa y otras 22 en campeonatos mundiales. Si quisiera llevarlas todas juntas, necesitaría una carretilla. Y no va a parar…
No hay manera más sencilla de conseguir que Teresa Perales haga algo, lo que sea, que decirle que no lo puede hacer porque es imposible
Hay una hermosa zarzuela que se estrenó a finales del siglo XIX (en el año del desastre, 1898) y que se llama Gigantes y cabezudos. Transcurre en Aragón y está escrita por Miguel Echegaray con música del genial Fernández Caballero. En la grandiosa jota que suena en el clímax de la obra, el coro canta: «Grandes para los reveses, / luchando, tercos y rudos, / somos los aragoneses / gigantes y cabezudos».
No sé si todos los aragoneses serán así. Supongo que habrá de todo. Pero si hay alguien a quien parece dedicada esa jota es, sin ninguna duda, Teresa Perales, premio Princesa de Asturias de los Deportes en 2021. Parece escrita pensando en ella. Es probable que ninguno de nosotros esté vivo cuando un español vuelva a lograr lo que ella ha logrado… porque alguien le dijo que no podía hacerse. Esta mujer prodigiosa, esta gigante y cabezuda, es un orgullo, una honra para Aragón y para todos los españoles.